jueves, 24 de enero de 2008

el origen de algunos refranes

A OTRO PERRO CON ESE HUESO

La expresión se usa como una forma de desanimar a quien quiere hacernos creer una mentira o bien nos ofrece algo cuya calidad es inferior, invitándolo a que lo intente con otra persona, aludiendo de esta forma a la ingenuidad del perro, que corre detrás de cualquier cosa que se parezca a un hueso, sea una piedra o un hueso de plástico.



DEL TIEMPO DE MARICASTAÑA

No hay certeza acerca de la existencia de este personaje, como tampoco se conoce el motivo por el cual se lo asocia con épocas remotas. Hay quienes afirman que, efectivamente, existió en la provincia de Lugo (España) una Maricastaña quien, junto con su marido y hermanos, encabezó un partido de extracción popular que se oponía al pago de los tributos exigidos abusivamente por el obispo del lugar. Incluso, se afirma que habría sido ella misma la que ordenó matar -como represalia- al mayordomo del prelado. Aparentemente, la fama de esta mujer se cimentaba no tanto en sus principios morales y actitudes de arrojo cuanto en su aspecto muy varonil. Sin embargo, también hay quienes afirman que el personaje Maricastañas no es real sino ficticio y pertenecería a la leyenda celta, a través del cuento "La batalla de los pájaros", cuyo personaje central es una tal Auburn Mary (traducible como María de color castaño). De todas formas, real o inventada, esta mujer forma parte del léxico de la mayoría de los hispanohablantes en el dicho del tiempo de Maricastaña, para hacer alusión a algo o alguien que hace mucho tiempo que está en este mundo.



DORAR LA PÍLDORA

Desde siempre, los medicamentos (infusiones, polvos, brebajes...) se han caracterizado por tener un sabor amargo, lo cual los hacía molestos en el momento de tener que tragarlos, pero eso era considerado algo natural, tanto como lo era el hábito de tener que soportar el dolor. Hoy, todos sabemos que esos botoncitos compuestos por distintas variedades de productos medicinales llamados píldoras suelen estar integrados -por lo general- por elementos de sabor amargo y desagradable al paladar. De ahí, que los antiguos boticarios, tal como se sigue haciendo en el día de hoy en los modernos laboratorios farmacéuticos, para disfrazar o disimular ese desagradable sabor, acudiesen al recurso de dorar la píldora con alguna sustancia de gusto azucarado y suave al paladar, de manera que se facilitara la acción de tragar el medicamento. Ese es el sentido de la expresión dorar la píldora, que hoy aplicamos en el lenguaje diario para hacer o decir algo de una forma más suave y tratando de no herir a quien nos escucha.



EL QUE SE FUE A SEVILLA, PERDIÓ SU SILLA

Cuentan que durante el reinado en Castilla de Enrique IV de Trastámara, un sobrino de don Alonso de Fonseca -arzobispo de Sevilla- fue a su vez designado arzobispo de Compostela, pero suponiendo el tío que, a causa de las revueltas que agitaban Galicia, a su sobrino le costaría mucho tomar posesión de su cargo, se ofreció para adelantarse a Santiago para allanarle las dificultades, pero a cambio, le pidió a su sobrino que lo reemplazase en los negocios de su sede en Sevilla. Efectivamente, así se hizo y con el mejor resultado, de manera que una vez que don Alonso, concluida la gestión, regresó a Sevilla, se halló con la desagradable sorpresa de que su sobrino se resistía a abandonar la sede que regenteaba, alegando que el arreglo había sido permanente. Para reducirlo, se hizo necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique. El joven, una vez que regresó a Santiago, terminó preso y sentenciado a cinco años de condena por otros delitos, pero su carrera continuó y llegó a ocupar los más altos cargos eclesiásticos, teniendo que ceder su arzobispado a su propio hijo. De aquel suceso, muy comentado en su tiempo, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser el que se fue "de" Sevilla, perdió su silla y no como lo conocemos hoy, el que se fue "a" Sevilla, perdió su silla, porque en realidad, don Alonso no fue a Sevilla sino a Santiago de Compostela, para lo cual debió irse de Sevilla y... dejar su silla.



EL TIEMPO DE LAS VACAS GORDAS

Según cuenta la Biblia (Génesis), cierta vez el faraón tuvo un sueño singular e inquietante: vio cómo siete vacas gordas eran devoradas por otras tantas vacas extremadamente flacas. Desconcertado por tal visión, convocó a los adivinos y agoreros más afamados del país, pero ninguno de ellos supo interpretar satisfactoriamente la pesadilla. Ante tal circunstancia, hizo comparecer ante sí a José, hijo de Jacob y Raquel, que se hallaba en prisión y éste le explicó que las siete vacas gordas simbolizaban "los siete próximos años, que serían de abundancia y prosperidad", mientras que las siete vacas flacas representaban la "escasez y penurias que harán que se olvide toda la abundancia de la tierra de Egipto durante otros siete años, y el hambre consumirá la tierra". Con el tiempo, la frase el tiempo de las vacas gordas adquirió el valor de aludir a cualquier período de prosperidad material, pero con la advertencia implícita de que a ese período habrá de sucederle otro de necesidades y apremios.



HAY (O NO HAY) MOROS EN LA COSTA

La historia relata que, durante varios siglos el Levante español (la zona mediterránea que abarca Valencia y Murcia) fue objeto de frecuentes invasiones por parte de los piratas berberiscos (habitantes de la región noroeste de África, entre el Mediterráneo y el Sahara).

Los pueblos que vivían en la ribera, a causa de ello, se encontraban en constante zozobra y para prevenir el peligro, se levantaron a lo largo de la costa numerosas atalayas de mampostería ciega, a las que se ascendía por medio de escalas de cuerda que luego eran retiradas. Desde lo alto de esas torres se vigilaba el ancho horizonte y, no bien se avizoraban las velas de las naves berberiscas, el centinela de turno comenzaba a gritar: "¡hay moros en la costa!". Sonaba entonces la campana, se encendían las hogueras de señal y la gente -alertada- se preparaba para la defensa. El sistema perduró hasta muchos años después, cuando se firmó la paz con los reyes de Berbería, pero el proverbial grito de ¡hay moros en la costa! pasó a ser expresión de uso familiar para advertir a alguien sobre la presencia de quien representa cierto peligro, o bien no conviene que escuche algo de lo que estamos diciendo. En sentido opuesto, se usa la expresión antónima no hay moros en la costa, para dar a entender que no existe peligro inminente para una persona que debe realizar determinada tarea.



HACERSE AGUA LA BOCA

Es por todos sabido que la presencia de un manjar apetitoso no sólo despierta el deseo de saborearlo, sino que activa de manera automática la secreción de las glándulas salivales, ubicadas en nuestra boca. Tanto es así, que a veces, la sola mención de un plato determinado es suficiente para producir ese efecto; y lo mismo sucede cuando estamos presenciando una película o un programa de televisión y en la pantalla se nos presenta un delicioso platillo: automáticamente, nuestras glándulas salivales comienzan a secretar su líquido. Este fenómeno que más de una vez hemos experimentado, da origen a la frase que metafóricamente utilizamos para aludir a algo que nos produce esa sensación de saborear cierto manjar. Pero, atención, la expresión hacerse agua la boca no se limita a la ingestión y saboreo de una comida, sino que se extiende al sentido figurado y suele aplicárselo en referencia a un hecho muy deseado y de inminente realización, aunque no tenga relación alguna con la comida.



LA ESPADA DE DAMOCLES

Según cuentan Horacio en una de sus "Odas" y Cicerón, en sus "Tusculanas", Damocles era cortesano de Dionisio I, El Viejo (siglo IV, AC), tirano de Siracusa, a quien envidiaba por su vida aparentemente afortunada y cómoda. El rey, con el propósito de escarmentarlo, decidió que Damocles lo sustituyera durante un festín, pero para ello dispuso que sobre su cabeza pendiera una afilada espada desnuda suspendida de una crin de caballo. De esta manera, Damocles pudo comprender lo efímero e inestable de la prosperidad y del lujoso modo de vivir del monarca. La frase la espada de Damocles se utiliza desde hace mucho tiempo, para expresar la presencia de un peligro inminente o de una amenaza.



LÁGRIMAS DE COCODRILO

Por motivos que se ignoran o quizá porque la imagen del reptil ha estado siempre ligada a hechos misteriosos, muchas son las leyendas que se cuentan acerca de la conducta del cocodrilo, algunas de ellas relacionadas con su actitud ante sus presas. Desde tiempos remotos, se sostenía que el saurio, para atraer a sus víctimas emitía un extraño e insinuante gemido. Otros autores añadían que, una vez devorada la presa, el temible reptil lloraba sobre los despojos de su comida, quizás afligido porque el festín hubiese terminado tan de prisa y no falta quien asegura que suele comerse a sus propias crías, desconociendo en este caso que la hembra acomoda a los más pequeños dentro de sus fauces para llevarlos al río, donde luego los suelta para que comiencen a nadar por sus propios medios. Asimismo, se sabe que las famosas lágrimas de cocodrilo son una secreción acuosa que mantiene húmedos los ojos del animal, fuera del agua, pero no tienen nada que ver con el llanto, debido a que las glándulas salivales y las lacrimales de este animal están situadas muy cerca unas de las otras y por eso, se estimulan constantemente, lo que hace que al animal llore mientras come. Todo esto, sumado a la fantasía popular sirvió para dar origen a la expresión lágrimas de cocodrilo, con la que se alude al dolor fingido de alguien ante cualquier suceso desgraciado, dolor que no es tomado en serio por ninguna de las personas que lo contemplan.



LA TERCERA ES LA VENCIDA

Expresión de tono optimista que asegura que, luego de haber fracasado en dos intentos, la próxima vez se logrará lo propuesto, por lo que se exhorta a la persona a perseverar en su esfuerzo. El origen parece estar en el vocabulario de la lucha cuerpo a cuerpo (y en otras clases de enfrentamientos), en la que el luchador que derribaba tres veces a su adversario ganaba, aunque algunos sostienen que, primitivamente, se consideraba ganador al que mejor se desempeñaba en un total de tres juegos. Como vemos, siempre era el número tres el elegido. En el ámbito de la Justicia de los siglos XVI y XVII, en la práctica procesal del derecho penal, se establecía la muerte al tercer robo, con lo que para el reo, al igual que para el luchador, la tercera, era la vencida.



LAS PAREDES OYEN

Es un modismo que procede de Francia, del tiempo de las persecuciones contra los hugonotes que culminó en la histórica "Noche de San Bartolomé" o "Noche de los cuchillos largos", episodio sangriento de las luchas religiosas que asolaron Francia en la segunda mitad del siglo XVI. El hecho fue promovido por Catalina de Médicis y el duque de Guisa quienes instigaron a los católicos a llevar a cabo una matanza de hugonotes (seguidores de Calvino), la noche del 24 de agosto de 1572. Según algunos historiadores, en aquellos tiempo, la reina Catalina de Médicis mandó construir, en las paredes de sus palacios, conductos acústicos secretos que permitieran oír lo que se hablaba en las distintas habitaciones, para así poder controlar cualquier conspiración en su contra. La frase las paredes oyen, con el tiempo, pasó a ser utilizada como señal de advertencia acerca de lo que se dice en determinado momento y lugar.



LO CONOCEN HASTA LOS PERROS

El dicho alude a la figura de don Francisco de Chinchilla, alcalde de Madrid a fines del siglo XVIII. Este buen señor acostumbraba a presentarse en los mercados, acompañado de sus alguaciles y guardias, al menor signo de disputa o riña, logrando -con su sola presencia- calmar los ánimos de los presuntos contendientes, de manera que la calma volvía a reinar en el lugar. También se cuenta de don Chinchilla que, en cierta oportunidad, con el propósito de mejorar las condiciones de salud de los madrileños, dictó una ordenanza que autorizaba a los alguaciles a matar a pedradas a todos los perros abandonados y vagabundos. La orden fue cumplida al pie de la letra y muy pronto se pudo ver por las calles Madrid un gran número de lapidaciones de perros vagabundos. Y llegó a tal punto la cuestión, que la gente comenzó a decir que los animales realmente conocían a su verdugo, ya que con la sola presencia de don Chinchilla, los canes empezaban a aullar y salían corriendo. costumbre consistente en que, cuando un hombre mataba a otro, estaba obligado a pagar en oro o en plata, el peso de la víctima a sus familiares. Posteriormente, esa práctica se trasladó al ámbito religioso, de manera que los parientes de un enfermo ofrecían a la Providencia por su pronto restablecimiento, el peso de aquel en plata, cera, trigo, etcétera. El mismo significado tienen hoy las ofrendas que se elevan a la Virgen o a algún santo en los templos; asimismo, entre los ismaelitas parsi de la India subsiste la costumbre de regalar anualmente a su jefe espiritual, el Aga Khan, su peso en oro. Todos estos antecedentes dieron lugar a la creación del dicho popular vale lo que pesa, utilizado para ponderar el valor (moral, intelectual, artístico o práctico) de una persona en particular.



VÉRSELAS NEGRAS

Para explicar este dicho, deberemos remontarnos a la antigua Grecia y explicar la manera en que los ciudadanos llegaban a ocupar cargos públicos. Estos se otorgaban confiando en el azar, mediante el sistema de extracción de sortes (bolas o pedacitos de madera marcados, que por otra parte, dieron origen a la palabra "sorteo") por los que se creía que se expresaba el oráculo. En este sistema, las bolas blancas simbolizaban la suerte venturosa y las negras, la suerte adversa. Esta interpretación mágica de las suertes se ha mantenido a través del tiempo y de él proviene la expresión vérselas negras, derivada a su vez de tocarle a uno la negra, con el que, en el lenguaje coloquial se señala el infortunio de alguien en cualquier cosa determinada por el azar.



VÍSTEME DESPACIO QUE TENGO PRISA

Seguramente, no debe de haber otro dicho popular tan cuestionado respecto de su origen, como este. En realidad, se trata de una sencilla frase, pero ha sido adjudicada a tantos protagonistas de la Historia que nadie sabe ciertamente quién tiene los "derechos de autor". Desde Carlos III a Fernando VII, pasando por Napoleón Bonaparte, todos alguna vez parecen haber pronunciado esta frase que, por otra parte, no demuestra ser ninguna genialidad y es un hecho que muchos de los protagonistas de importantes hechos históricos pudieron haberla utilizado en algún momento de su vida.

No obstante, una creíble versión sostiene que fue el emperador Augusto (y por cronología, precede obviamente a los demás) quien solía exhortar a sus servidores diciéndoles "Apresúrate lentamente". Con el tiempo, la expresión habría sufrido variantes, pero manteniendo siempre la vigencia con la que llegó a nuestros días y a través de la cual se aconseja a otra persona a que actúe con calma y tranquilidad en el momento más delicado de una situación, debido a que cuando se procede apresuradamente, lejos de abreviar problemas, esa premura suele entorpecer y malograr los mejores propósitos.



¡VIVA LA PEPA!

La historia nos cuenta que la primera constitución española fue jurada en la ciudad de Cádiz en el año 1812. Pero dos años después, cuando se restableció el absolutismo, el rey Fernando VII la abolió, ayudado en gran medida por los Cien Mil Hijos de San Luis, nombre dado al ejército francés comandado por el duque de Angulema. Pero la abolición de la Carta Magna no sólo suspendió su vigencia, sino que quedó terminantemente prohibida la sola mención de su nombre, por lo que los liberales no podían utilizar su tradicional grito de ¡Viva la Constitución!. Lejos de someterse a esa medida arbitraria, los partidarios de la constitución encontraron la forma de referirse a ella, sin necesidad de mencionarla: como había sido promulgada el día 19 de marzo -festividad de San José-, la bautizaron La Pepa (recuérdese que Pepe es el hipocorístico o diminutivo cariñoso de José) y así fue como surgió el grito de ¡Viva la Pepa! para reemplazar el de ¡Viva la Constitución!, considerado entonces subversivo. Por supuesto, con el correr del tiempo la expresión habría de perder toda intención política para pasar a significar desenfado, regocijo y alboroto, tal como lo utilizamos actualmente, sobre todo para dar a entender que en algún lugar reina un total y completo desorden.



YO... ME LAVO LAS MANOS

Esta frase, muy utilizada para dar a entender que uno se declara libre de responsabilidad ante cualquier hecho, debe su popularidad al gesto histórico de Poncio Pilatos, procurador romano de la región de Judea, cuando tras pronunciar sus célebres palabras "Inocente soy de la sangre de este justo", se lavó las manos como respuesta a la condena de Jesucristo, clamorosamente reclamada por la turba enardecida de Jerusalén. En realidad, el gesto de lavarse las manos era una práctica simbólica en aquellos tiempos y se utilizaba para dar testimonio de inocencia ante cualquier grave acusación. Actualmente, la expresión yo... me lavo las manos o simplemente lavarse las manos, hace referencia a la liberación de toda responsabilidad ante determinado hecho.



ZAPATERO, A TUS ZAPATOS

Según los testimonios de los historiadores Valerio Máximo y Plinio, el Viejo, la frase fue pronunciada en cierta oportunidad por Apeles, el pintor griego más célebre de la Antigüedad. Este artista acostumbraba a exponer sus cuadros en la plaza pública y así podía escuchar directamente la opinión de la gente acerca de sus trabajos. En cierta oportunidad, Apeles había expuesto el retrato de una persona importante de su ciudad y un zapatero que pasaba por el lugar, se detuvo a observar la obra y criticó la forma de una de las sandalias del personaje. Apeles acató la observación del zapatero, llevó la obra a su taller, la rectificó y nuevamente la llevó al lugar de exposición. Cuando el zapatero volvió a contemplar el cuadro, al ver que el pintor había acatado su sugerencia, se sintió autorizado para extender sus críticas a otros aspectos del retrato, lo que motivó que Apeles, al escuchar esos comentarios, lo encarara y le dijera: zapatero, a tus zapatos. La expresión, desde entonces, se usa como consejo a quien pretende juzgar asuntos ajenos en los que no es experto.

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